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"Adolescencia" ¿serie o documental?
Señor director:
Ha sido furor la serie "Adolescencia" de Netflix, impactando a los suscriptores y siendo tema de conversación entre los chilenos. Los padres de adolescentes, los más identificados con los actores, viéndolo como una realidad impresionante. Pero, ¿Por qué impresiona tanto?
Esto no es nuevo, las noticias y expertos internacionales ya habían expuesto este tema. Si nos vamos al presente, las noticias hablan de "arrestan niño/adolescente de 11 años que amenazó con tiroteo masivo", "un menor de 15 años es detenido por ataque a balazos a adolescente de 17 años", "estudiante está en riesgo vital por riña con cuchillo, dos adolescentes de 14 y 17 años detenidos", etc. Lo más grave son las cifras entregadas hoy por la encuesta de juventud y bienestar, dejando como resultado que el 33% de escolares se sienten fracasados, el 14% está triste todo el día y el 41% de adolescentes se sienten bueno para nada. Al parecer los padres están desactualizados con lo que pasa con sus hijos porque los datos son duros.
Daniel Dubo
Hacer de la salud del sueño una prioridad
El sueño es un estado fisiológico esencial para el bienestar humano. Durante este proceso natural, disminuye nuestra capacidad de respuesta al entorno, se detiene la actividad motora y adoptamos una postura específica. Su función va mucho más allá del descanso, ya que permite conservar energía, mejorar la concentración, consolidar la memoria y regular diversos procesos metabólicos y endocrinos. Además, es clave para la eliminación de radicales libres y el fortalecimiento del sistema inmunológico. En resumen, el sueño es un verdadero "alimento para el sistema nervioso", reforzando la idea de que quien duerme bien, vive mejor.
Dormir bien implica tener un sueño reparador, que brinde el descanso necesario para enfrentar el día con energía y cumplir con nuestras metas. Sin embargo, los trastornos del sueño pueden impedir este proceso, afectando la salud de maneras diversas. La falta de un descanso adecuado se asocia con somnolencia diurna, aumento del riesgo de accidentes, dificultad para concentrarse, cefaleas y fatiga crónica.
Entre los trastornos más comunes están las disomnias, en especial el insomnio, que puede deberse a factores psicológicos como ansiedad y estrés, enfermedades como hipertensión o diabetes, efectos secundarios de ciertos medicamentos y factores ambientales como ruidos, luz excesiva o temperaturas inadecuadas. También influyen hábitos como el consumo de alcohol, cafeína y tabaco antes de dormir, así como el uso de dispositivos electrónicos que estimulan el cerebro y dificultan la conciliación del sueño.
La privación crónica de sueño genera una "deuda de sueño", cuyos efectos pueden ser perjudiciales a largo plazo, especialmente en personas con horarios de trabajo por turnos. Para contrarrestar este problema, los expertos recomiendan adoptar hábitos de Higiene del Sueño, los cuales buscan mejorar la cantidad y calidad del descanso. La Organización Mundial de la Salud (OMS) sugiere dormir al menos ocho horas diarias, mantener una iluminación tenue, evitar comidas pesadas y sustancias estimulantes antes de acostarse, reducir el ejercicio intenso en las horas previas al sueño y minimizar la estimulación sensorial.
Además, es recomendable planificar el día siguiente antes de dormir, ya que la incertidumbre y la preocupación por las tareas pendientes pueden generar ansiedad e impedir un descanso adecuado. Al aplicar estas recomendaciones, es posible mejorar la calidad del sueño, reducir el estrés y cuidar la salud del cerebro, favoreciendo el bienestar emocional y mental. Dormir bien no solo mejora el estado de ánimo y el rendimiento diario, sino que también ayuda a prevenir enfermedades y a disfrutar de una mejor calidad de vida.
Juan Videla, académico de la Facultad de Enfermería de la Universidad Andrés Bello
Invertir en la infancia
Hoy, muchas de las enfermedades crónicas no transmisibles, como la obesidad, trastornos metabólicos o problemas de salud mental, tienen su origen en la infancia. Estos padecimientos no surgen de un día para otro, sino que se gestan en hábitos cotidianos, muchas veces invisibles o normalizados. La buena noticia es que también ahí está la clave: en la prevención temprana.
Los primeros mil días de vida son una ventana crítica para formar hábitos, desarrollar el cerebro, y madurar el sistema inmunológico. En este período -y durante toda la infancia- se establecen los patrones de alimentación, sueño, actividad física y regulación emocional que acompañarán a la persona a lo largo de toda su vida. Promover conductas saludables desde temprano es más fácil que corregir malos hábitos en la adultez, teniendo un impacto multiplicador en la salud futura.
Un niño que se alimenta bien, duerme lo necesario, juega al aire libre, no abusa de las pantallas, desarrolla vínculos seguros y aprende a regular sus emociones, tiene más probabilidades de convertirse en un adulto sano, resiliente y feliz.
Los gobiernos tienen un rol fundamental en incorporar la Medicina del Estilo de Vida Infantil en los sistemas de salud, formando equipos con herramientas prácticas como el coaching en cambio de hábitos y rediseñando entornos escolares, urbanos y comunitarios pensando en salud integral. Se podrían fomentar políticas para prevenir, tratar y revertir a largo plazo muchas de las enfermedades crónicas no transmisibles que hoy requieren atención médica continua. En Chile ya existen avances importantes como los programas "Chile Crece Contigo" o "Elige Vivir Sano".
Cabe señalar que los estudios muestran que tener más información sobre hábitos saludables no nos lleva necesariamente a tomar mejores decisiones. Los hábitos dependen mucho más de nuestras emociones que de la información que tenemos. Por eso es fundamental contar con profesionales de salud capacitados en Medicina del Estilo de Vida y coaching para el cambio de hábitos, para que cuenten con herramientas basadas en evidencia que han demostrado efectividad. Esto no solo mejora la adherencia de las familias, sino que también reduce la frustración de los equipos de salud. Si contáramos con más especialistas formados en hábitos, podríamos pasar de entregar recomendaciones generales a co-construir estrategias prácticas y personalizadas, que consideren el contexto y los desafíos de cada hogar. Necesitamos más médicos, pediatras, enfermeras, nutricionistas, psicólogos, terapeutas y educadores que integren esta mirada preventiva y compasiva en su práctica diaria. Este enfoque también contribuye a reducir listas de espera, por ejemplo en salud mental. Un estudio muestra que por cada hábito saludable que se mejora, se reduce en un 15% la probabilidad de requerir una consulta de salud mental. Estas son herramientas poderosas, sostenibles y altamente costo-efectivas.
Marina Gaínza Lein, neuropediatra de la Sociedad Chilena de Medicina del Estilo de Vida (SOCHIMEV)