Tras haber levantado en Roland Garros su tercer Grand Slam con solo 21 años, Carlos Alcaraz tuvo que responder a dos preguntas inmediatas: ¿podrá superar los 14 títulos de Rafa Nadal sobre tierra batida? ¿Están a su alcance los 24 Grand Slam de Novak Djokovic?
El español no es el tenista más precoz que consigue el triplete en torneos grandes, pero sí es el más joven que lo consigue en las tres superficies. Lo ha logrado con un nivel de fortaleza física y madurez impropio de su edad, lo que justifica esas cuestiones.
El propio Alcaraz echó balones fuera y consideró que son dos metas que están al alcance "de gente fuera de lo normal, de extraterrestres", al tiempo que señaló que él ya ha logrado sus sueños, los de "un chaval de El Palmar, de Murcia, que de niño salía corriendo del colegio para sentarse frente a la tele a ver Roland Garros".
Adiós, "big 3"
Pero su gesta sobre tierra batida tuvo una primera consecuencia: la de situar en el centro de la escena a la joven generación nacida en el siglo XXI y considerar ya cosa del pasado al "big 3", pese a que dos de sus componentes todavía siguen en activo.
Muy lejos queda ya el intento de Nadal de lograr su décimo quinta corona en París, después de que el español no lograra que su retorno tras un año alejado de las pistas por lesión surtiera los efectos deseados.
Tampoco se acuerda nadie de que hace unas semanas una lesión de rodilla apartó a Djokovic de su intención de levantar su 25 Grand Slam y superar así a la australiana Margaret Court como el ser humano con más títulos grandes.
Alcaraz llevó el foco a otra dimensión, convertido en el mejor representante de la nueva generación que, de paso, ha tenido como efecto relegar a un segundo plano a la que tenía que servir de transición, la de los años 90, encarnada por el alemán Alexander Zverev, que, en la final de este domingo, fracasó en su segundo intento de levantar su primer Grand Slam.
El austríaco Dominic Thiem y el ruso Daniil Medvedev son los únicos hijos de esa década que han logrado inscribir su nombre en un grande, acantonados entre la extraordinaria prolongación del "big 3" y la precocidad de la nueva hornada.
Alcaraz fue ascendiendo peldaños en París en contraste con Nadal, que desde su primer paso estableció una hegemonía suprema.
En su primer contacto con Roland Garros, en 2020, el murciano no superó la fase previa, derrotado en el primer partido por el australiano Aleksandar Vukic.
Al año siguiente ya se empezó a hablar de que Nadal podía tener un heredero y en 2022 aterrizó en París con los torneos de Barcelona y Madrid recién conquistados en tierra batida, además del Masters 1.000 de Miami. Pero su andadura se truncó contra Zverev en cuartos de final.
Ese mismo año levantó en Estados Unidos su primer Grand Slam y se convirtió en el más joven número 1 de la historia.
La presión extrema
El año pasado la presión fue extrema para Alcaraz, que llegó pletórico a semifinales con la intención de destronar a Djokovic, pero que, víctima de los calambres, que él mismo achacó a la tensión, acabó sin poder rivalizar contra el serbio.
Unas semanas más tarde se tomó la revancha en la final de Wimbledon, sumando así su segundo grande.
Este año llegó con más sordina. Derrotado en semifinales del Abierto de Australia por Nicolás Jarry y tras alzar en Indian Wells su sexto Masters 1.000, apenas pudo competir en arcilla, víctima de unos problemas en el brazo derecho.
Imposibilitado de competir en cuartos de Madrid contra el ruso Andrey Rublev, renunció a Roma y aterrizó en París sin casi rodaje, con el discurso de que su brazo ya estaba bien y que él no necesita muchos partidos para estar en forma. "Por todo lo que he tenido que superar, creo que este Roland Garros es el Grand Slam del que estoy más orgulloso", dijo.