Rezar en el Tíbet bajo la bandera china
Autoridades de Pekín organizaron una visita de prensa al Palacio Potala para rebatir acusaciones de que el Partido Comunista no permite a los locales mantenerse fieles a sus creencias.
Peregrinar para refugiarse en Buda al palacio del Potala, la mayor joya de la capital del Tíbet, sigue siendo tradición entre los monjes de la región, aunque ahora deben hacerlo bajo los cánones chinos y rodeados de turistas.
La bandera roja de la República Popular China ondea sobre esta majestuosa estructura arquitectónica construida hace más de 1.300 años por encargo del rey tibetano Songtsen Gambo para conmemorar su matrimonio con la princesa Wencheng, de la dinastía china Tang.
En su interior, más de 1.000 habitaciones, pasillos, corredores y un amplio patio central, además de salas que exhiben murales, pergaminos y estatuas de los lamas.
Se trata de una visita organizada por las autoridades para periodistas extranjeros -la única manera de acceder al Tíbet, al que no hay libre acceso para la prensa-, para rebatir las acusaciones de que el Partido Comunista (PCCh) no permite que los locales se mantengan fieles a sus creencias.
Algunas oenegés han denunciado que los budistas tibetanos necesitan permisos especiales para dirigirse a la capital bajo juramento de "no instigar o participar en ninguna protesta que perturbe el orden social", y que se topan con multitud de problemas una vez comenzados sus viajes, normalmente a pie.
"Los monjes pueden visitar Lhasa con total normalidad. Muchos incluso trabajan en el palacio para ayudar a conservarlo", indican los funcionarios a los periodistas.
Agregan que existen 1.787 lugares para la práctica del budismo tibetano y que más de 46.000 monjes y monjas residen en la región.
Según Pekín, su política consiste en que los creyentes "valoren la vida feliz de la que disfrutan ahora" y que "distingan la devoción religiosa del sabotaje separatista", mientras que organizaciones como Human Rights Watch (HRW) han acusado al Gobierno chino de aleccionar a los monjes para que adopten "una visión racional de la religión".
Y "acomodar la religión a la sociedad socialista", denuncia HRW, implica "una subordinación cada vez mayor de la libertad religiosa a las demandas del Gobierno, de modo que los tibetanos acaben por no expresar su identidad".
En el vecino templo de Jokhang, otro de los centros espirituales de Lhasa, los devotos monjes omiten la presencia de los fotógrafos y rezan incansablemente, agitan sus molinillos de oraciones y presentan sus hadas -una bufanda de seda blanca usada por los tibetanos para bendecir- a las estatuas de los budas.
Las oraciones forman parte de la vida cotidiana del Tíbet, y en condados como en el de Nyemo, en las afueras de Lhasa, sus habitantes tratan de ganarse la vida fabricando el incienso que se usará en los templos.
"Hacer incienso tibetano lleva tiempo, más de seis meses, y se necesitan más de treinta hierbas y especias que solo se encuentran aquí. Se ha convertido en nuestra forma de vida porque muchos turistas vienen específicamente a nuestro pueblo para comprar. También hay empresas interesadas. Podemos ganar más de 10.000 yuanes (1.398 dólares) al mes", comenta un local, Dondrup, que lleva más de 40 años con este negocio.
Los funcionarios señalan durante la visita que hay más de 300 familias que se dedican a la fabricación de incienso y que, durante los meses de julio y agosto, Nyemo puede recibir más de 100 turistas al día.
También aseguran que el Gobierno chino financia la renovación y la preservación de las reliquias culturales y sitios históricos del Tíbet, con inversiones de más de 700 millones de yuanes (97 millones de dólares) en el mantenimiento del palacio de Potala y del Templo Jokhang, entre otros.
Reencarnación, a debate
Durante el viaje surge el debate sobre la futura reencarnación de Buda, personificado en la actualidad en el decimocuarto Dálai Lama, exiliado en la India.
Los funcionarios aseveran, sin más explicaciones, que la designación del siguiente Dalái Lama deberá estar "sujeta a la aprobación del Gobierno central chino".
Pekín ve al actual Dálai Lama, de 88 años, como un separatista que busca independizar al Tíbet de China, y quiere asegurarse de que la siguiente reencarnación se ajuste a sus objetivos.
El tema es espinoso, sobre todo a raíz de que Estados Unidos aprobó en 2019 la llamada Ley de Política y Apoyo Tibetana, que recoge que la elección del Dalái Lama incumbe "únicamente a la comunidad budista tibetana" e incluye la posibilidad de imponer sanciones a altos cargos chinos que traten de nombrar al futuro Dalái Lama.
Pekín, por su parte, condena dicha ley y acusa a Washington de "interferir" en sus asuntos internos, distorsionando "maliciosamente el desarrollo social del Tíbet, hace acusaciones infundadas, denigra las políticas étnicas y religiosas de China e interfiere en el procedimiento normal de reencarnación con el pretexto de los derechos humanos y la religión. El propósito real de la ley es socavar la prosperidad y estabilidad del Tíbet", indicó Pekín.
Peregrinos rezan en el templo Jokhang, en Lhasa.