El litio está llamado a ser el "segundo sueldo de Chile", como lo mencionó el Presidente Gabriel Boric, pero para ello la estrategia que se debe definir debe ser la más adecuada y, de paso, darle un valor agregado.

La tarea, por tanto, es de largo alcance y tan difícil que cuesta vislumbrarla. Más bien pareciera un "sueño" el contar con una industralización a nivel de vehículos eléctricos y en el horizonte se ha pensado que nuevamente sólo la explotación podría terminar siendo el norte.

Sin embargo, el doctor en Física y asesor del Ministerio de Minería, Gonzalo Gutiérrez, ha dado luces de lo que se viene.

Plantea un desarrollo sustentable que permitirá que el 30% de los salares no sean explotados debido a su fragilidad, mientras que en las zonas de explotación los estándares y exigencias prometen ser altos.

¿Será posible la ecuación que todos quieren de poder aprovechar los recursos naturales bajo modelos que no provoquen un deterioro? Lo cierto es que será una labor muy compleja, si tomamos en cuenta que ya los permisos ambientales de proyectos de inversión en la minería han terminado paralizados.

Lo que parece más sencillo y conducente es el modelo que se podría implementar. La concesión de terrenos a largo plazo a las empresas vendría "amarrada" con la tarea de producir las primeras baterías de litio, lo que podría convertirse en una gran alianza público-privada que tiene más posibilidades de éxito que de fracaso.

Sería algo así como la concesión de autopistas, pero a la inversa donde primero el Estado se coloca con el material y a futuro vería los beneficios, que pueden ser muchos si son llevados de buena manera.

Queda pendiente el reclamo de comunidades indígenas en torno al diálogo para sacar adelante las iniciativas. ¿Será posible que todo fluya para bien?

Hace años que el tema de la atención de salud se ha constituido en una de las prioridades para la población de nuestro país. Así lo han señalado una serie de estudios, los que han confirmado su presencia entre las preocupaciones más sentidas de las personas, especialmente para los segmentos de menores ingresos y las capas medias, por el temor confirmado de que una enfermedad de alto costo signifique un grave problema para ellos y para su entorno.

Todo el país conoce desde hace tiempo las dificultades que presenta nuestro sistema de prestación sanitaria en términos de acceso, la oportunidad y la calidad de la atención. Sin embargo y pese a que los diagnósticos son compartidos por los especialistas y el mundo de los decisores, las políticas públicas se han mostrado insuficientes para corregir de manera eficiente y eficaz las problemáticas que siguen afectando a los pacientes.

A los problemas de carácter técnico en el sistema público y también en el privado que sufrimos particularmente en regiones como son la cobertura para atenderse con especialistas, el poder conseguir una hora de manera rápida o el acceso a exámenes complejos, entre otros, ahora se ha sumado el conflicto de orden legal que afecta a quienes se encuentran adscritos al sistema privado gestionado por las Isapres. Los problemas de este sector se conocen desde hace bastante tiempo pero no hubo voluntad para abordarlo oportunamente, concurriendo para ello la pertinaz oposición de las propias administradoras, la sobre ideologización con que cada sector se aproximó al debate e incluso, un dejo de insensibilidad en todos quienes debían interceder para generar las necesarias modificaciones en la regulación que hicieran viable este sistema. Hay quienes creen que en las Isapres se atienden solo personas de altos ingresos lo que es desmentido por que en ellas están afiliadas unos 3 millones de personas. Otros, apostaron a la desaparición casi sin pensar en las consecuencias que ello tendría para el sistema de salud en su conjunto y la exposición al riesgo para quienes tienen enfermedades preexistentes o crónicas y que no tienen tiempo para esperar. Para más inri, la esperanza de solución de quienes creían que sería la justicia la que lograría interpretar a través de un fallo y de manera univoca un complejo problema cuyo entramado técnico pocos comprenden, se ha transformado en una verdadera tragicomedia.

Por ello, cuando observo la última escena en que un nuevo actor nos dice "no hay nada que aclarar", solo constato un panorama cada vez más opaco y confuso para quienes esperan que vuelva la necesaria tranquilidad de saber que cuentan con la posibilidad de ser parte de un sistema de salud estable y predecible.