El triunfo de Lula
El triunfo de Lula en Brasil posee una obvia repercusión -ya se verá si para bien o para mal- en el caso de la política chilena y regional.
Desde luego, los resultados electorales de Brasil vienen a coronar lo que podría ser llamada una ola de izquierda en la región. La mayor parte de la población de América latina pasa ahora a estar gobernada por una coalición de ese signo.
¿Cuál es el significado de ese fenómeno?
La política, como la vida individual, no se sostiene nunca en sí misma, en la simple originalidad o en el gesto puramente idiosincrásico. Requiere siempre confirmarse en la conducta ajena, ver en los otros aquello que se ha decidido para sí mismo. Desde este punto de vista, el triunfo de Luis Ignacio Da Silva fortalece las opciones de izquierda en la región -la de Chile, desde luego- solo sea porque cuando varios adoptan un camino similar, ello se ve como una confirmación de que se trata de la vía correcta. Es una de las rarezas de la vida y de la política: creer que el número es una garantía de veracidad en lo que se cree.
Pero además de ese efecto -¿cómo llamarlo? ¿psicosocial?- el triunfo de Lula, sumado al de Petro en Colombia y antes el de Fernández en Argentina y el de Boric en Chile, posee un significado estrictamente político. Se trata de que la región comienza a desconfiar del tipo de modernización que, hasta ahora con vaivenes, traía de manera casi uniforme. La política más o menos optimista que se alimentaba con el ciclo de expansión del consumo, ha entrado en declinación y está siendo sustituida por demandas hacia el estado, demandas redistributivas (es el caso de Brasil y el programa de Lula, o el de Petro en Colombia) o intentos de que sea el estado quien impulse el crecimiento y el desarrollo (como se ha previsto al parecer para el caso de Chile). No hay nada nuevo en esto, desde luego. Basta recordar que la región ha vivido otras veces este mismo impulso y ha sentido este mismo anhelo, solo que ahora lo hace en un ciclo distinto y con grupos sociales que son muy otros o muy diversos a las viejas clases sociales cuyas reivindicaciones fueron el combustible de la política de masas en la región.
Lula, y antes de él Cardozo, lo mismo que Lagos en Chile, fueron parte de una izquierda distinta a la que era tradicional en la región. Durante buena parte del siglo veinte -hasta avanzada la segunda mitad- la izquierda se decía anticapitalista, antiimperialista y reñía con la modernización centrada en el mercado. Lula, Cardozo y Lagos enseñaron en cambio que una política de izquierda podía ser amistosa con la modernización capitalista y tuvieron mucho éxito, entre otras cosas, en la reducción de la pobreza. Ahora resta por ver si acaso esa renovación de las izquierdas en la región (de la que Lagos fue el paradigma, junto con Cardozo) se mantendrá en esta nueva ola o si, en cambio, como a veces pareció insinuarlo el presidente Boric en sus discursos, o Petro, se intentará retomar un espíritu más afín con esa izquierda de los sesenta. Es poco probable, claro, que lo logren en la práctica. Las teorías de desarrollo o de la dependencia, que animaron el esfuerzo modernizador del centro y de la izquierda en la región no parecen muy adecuados para un mundo globalizado y de mercados abiertos y eso hace probable que el impulso hacia la izquierda en la región, del que es muestra Lula, no se aparte demasiado de esa otra izquierda que impulsó la reducción de la pobreza y la modernización y que la vieja izquierda sea redivida solo en las palabras.
Después de todo eso es lo que está ocurriendo en Chile ¿verdad?