El retorno a la presencialidad en los colegios trajo consigo un problema que algunos especialistas se atrevían a anticipar y que es el deterioro de las relaciones interpersonales, humanas en un grupo en desarrollo que es el de los estudiantes. Si antes nos preocupaban hoy debemos estar aún más conscientes que este grupo etario requiere de la máxima atención para que vuelvan a relacionarse de manera armónica con sus compañeros y profesores.

Lo que ocurre en los colegios no es más que el reflejo de nuestra sociedad que desestima la autoridad y legitima la violencia como un medio válido de relacionarse.

Claramente los casi dos años de restricciones sanitarias con extensos confinamientos minaron la salud mental de los chilenos. Somos menos tolerantes, buscamos imponer nuestras ideas e impulsamos medidas de fuerza en desmedro de las vías pacíficas.

Por ello, cuando conocemos por redes sociales de amenazas de balaceras y ataques entre alumnos de nuestras escuelas entendemos el nivel de agresividad existente. Cuando normalizamos la violencia los más jóvenes, aquellos personas que se están formando, lo asumen como una opción válida. Sienten que pueden amedrentar, amenazar y atacar como parte de un proceso existente para resolver problemas o como demostración de fuerza.

Cuando llegamos a ese nivel es momento de poner un freno. Analizar la realidad y procurar soluciones inmediatas que sirvan para evitar incidentes lamentables.

Son las autoridades al igual que los padres y apoderados quienes deben liderar la forma de reconducir las relaciones entre los estudiantes. Buscar las asesoría e idear un plan de convivencia escolar que apunte a retomar la paz y tranquilidad en los colegios.

Obviamente, tenemos que poner atención a la salud mental de los menores y cómo están canalizando sus deseos, inquietudes y frustraciones. Desde ese análisis partir con el plan que atienda esas dificultades, empodere a los profesores y autoridades, quienes deben señalar el camino a seguir sin olvidar la imprescindible misión que tienen los padres en esa guía.

Es propicio en el mes del Mar, las Glorias Navales y el Patrimonio, conjugar un capítulo de la historia marítima regional, para referirnos a los dañados milenarios petroglifos insertos en la comuna de Caldera, preocupación de estudiosos y comunidad en general, quienes levantan sus voces para proteger los peces acuñados en las rocas de ese idílico sector costero que posee una tradición de 9.000 A.C.

En este marco geográfico vivieron grupos de cazadores-pescadores-recolectores en terrazas marinas superiores. Su acervo cultural consistió fundamentalmente en piedras y manos para moler, puntas de proyectiles y raspadores, siendo lo más característico, piezas líticas construidas en distintas formas geométricas, llamados litos. En la costa se alimentaron de abundantes recursos marinos y de la caza de animales.

Hace más de cien años, un escritor narró que sus danzas "han sido acaso para el culto de ellos, para pedir y suplicar a las piedras sagradas protección a la pesca, para celebrar la fiesta anual de junio cuando las doncellas encontraban esposo o para saludar a los jefes, viajeros de las tribus del Norte". En esas idolatradas piedras, se observan grabados de peces de distintos tamaños y especies, la mayoría en posición vertical mirando hacia el cielo. En las paredes rocosas se reconocen tiburones, albacoras, delfines, ballenas, congrios, lisas y otras variedades. En esa recóndita ritualidad había una actitud de ruego y ofrenda a los dioses para que sembraran de peces el océano. En la noche más larga del año, -21 de junio-, los aborígenes provenientes de Likan - Antai, de los valles Alto y Bajo de Kopa-Yapu, (Copiapó), junto a los Changos, se bañaban al amanecer en el mar para remozar los cuerpos y espíritus e iniciar un nuevo ciclo.

Hoy, este devastado yacimiento arqueológico, es legítima inquietud de investigadores, autoridades y vecinos, quienes de manera conjunta trabajan con el loable propósito de evitar que continúen los daños en ese centro sagrado ancestral, esperándose, también, una pronta solución a la toma de terrenos en ese sitio. El desafío actual es proteger ese patrimonio de la humanidad.

Omar Monroy

Director regional (s) Servicio Nacional del Patrimonio Cultural de Atacama

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