"Soy porque somos y somos porque soy", Tony Mifsud, sj.. Desde hace un tiempo sueño con un proyecto educativo que remeza los cimientos de la educación en mi país, tal remezón no es en sus contenidos programáticos, sino que en su esencia misma.
Sueño con un proyecto que contribuya a transformar al sujeto de la educación, el estudiante, quien desde su tierna infancia se fía en este proceso, como también se fían sus mayores. Uno y otros tienen confianza de que algo trascendente, de marca mayor ocurrirá en su desarrollo y que convertirá a ese niño o niña en hombre o mujer de bien en el futuro.
El entorno familiar de ese niño y niña, su entorno social es variado, diverso. Confluyen allí puntos de vista, saberes, percepciones, sentires, experiencias de vida, orígenes territoriales y culturales diferentes, a veces muy diferentes. Y coexisten, a veces, muchas veces, en armonía; a veces, las más de las veces, en oposiciones convenidas o aceptadas; y también, en disarmonía completa.
Todas estas expresiones se desarrollan de igual manera en la escuela. La escuela es un lugar de reproducción social, pero también un espacio donde es posible trabajar nuevas formas de relaciones, ensayar interacciones, reorientar conductas y aprender a re-conocer la riqueza de la diversidad cultural.
La misma diversidad que hay en la sociedad está presente en la escuela, aunque no todos los profesores se sienten cómodos frente a ella. Algunos, más bien, la encuentran compleja y amenazante. Intentar trabajar las relaciones de reciprocidad, de igualdad y de confianza puede, sin embargo, transformar la diversidad en una oportunidad de aprendizaje y enriquecimiento. La escuela debiera ser un espacio en que las personas aprendieran a comprenderse y a comunicarse.
Todo esto pasa por una reforma del pensamiento. Cada vez se va dando mayor inadecuación y distancia entre nuestros saberes parcelados, separados y compartimentados, por ejemplo, cada disciplina camina por su lado, y los problemas y realidades cada día son o se nos revelan más multidimensionales, pluridisciplinarios, transnacionales y planetarios. Esta situación hace difícil ver la complejidad de las interacciones y retroacciones entre las partes y el todo, y los problemas esenciales. Sin embargo, las demandas y urgencias que atiende la escuela no le permiten orientarse hacia este fin. Requiere tiempo de reflexión y el aporte de propuestas pedagógicas concretas.
Nos damos cuenta que es necesario, de toda conveniencia, dialogar, conversar, para establecer un mínimo acuerdo. Y, tanto más, si añadimos el concepto de cultura. Todos tenemos distintas percepciones, distintas concepciones, como siempre ocurre en el ámbito de las ciencias humanas, en las ciencias sociales. Es necesario el diálogo.
Creo, que en lugar de que la diversidad cultural sea apreciada como un problema, más bien debe ser estimada un valor. Bienvenida la diversidad. Es que claro, somos diferentes, es el principio de todo diálogo, y es el término o el fin del mismo. Nadie puede pretender incidir, influir de modo absoluto y deliberado en la visión de mundo de otra persona.
Raúl Caamaño Matamala
Profesor Universidad Católica de Temuco