Ciclistas realizaron extrema travesía por la costa y el Desierto de Atacama
AVENTURA. Un grupo de ciclistas de Chañaral realizó una larga ruta recorriendo los lugares más aislados de la Provincia. La travesía duró dos días, donde debieron cruzar arenales y senderos espinados, junto con realizar una parte del trayecto en bote para disfrutar de las aguas cristalinas y arenas blancas que ofrece la playa virgen Ballena.
La travesía nos llevó meses de preparación y coordinación. Al final los miembros del grupo de cicloaventura de Chañaral decidimos que entre el 27 y 29 de noviembre haríamos la ruta Ballena-Pan de Azúcar, la más extrema de todas las que hemos descubierto y recorrido en la provincia.
Tras subir nuestras bicis al "Volando Voy", el mítico bote del capitán Juan "Poroto" Varas, en el muelle del Parque Nacional Pan de Azúcar, navegamos tres horas hasta Ballena, la playa virgen que se ubica entre los límites de las regiones de Atacama y Antofagasta, una joya de aguas turquesas y arenas blancas que dan un aspecto caribeño a un lugar realmente mágico.
Las bondades del mar
Todo lo que habíamos escuchado de la playa se quedó corto. Aguas transparentes y olas mansas que se acomodan suavemente a una ensenada de un albo interminable.
Una vez armado el campamento, vino el momento de mayor placer del viaje, una exploración de dos horas arriba de nuestras bicicletas para luego zambullirnos en esas aguas transparentes justo cuando el sol hacía estragos en cuellos, espaldas y piernas. Además, pudimos recolectar una gran cantidad de mariscos que sirvieron para amenizar la cena de esa noche, acompañados además de la luna llena que iluminaba el lugar como si fuera de día.
El desayuno se sirvió temprano al segundo día. La idea era comenzar el desarme al amanecer y partir pedaleando los 80 kilómetros de regreso a Pan de Azúcar atravesando el desierto más árido del mundo. Había que ganarle tiempo al sol antes de cruzar, con las bicis al hombro, unos arenales infernales, senderos empinados y huellas solo transitadas por burros cargados con huiros. Esta parte de la ruta fue realmente dura, no solo por la fuerza utilizada para subir o bajar las bicicletas cargadas por entre los cerros, sino que por la alta complejidad técnica del camino y el consumo casi completo de las reservas de agua.
En cinco horas apenas avanzamos. La mayor parte de este tramo lo recorrimos arrastrando las bicicletas; sin embargo, cada rincón del camino mostraba bellezas únicas: acantilados inexpugnables, rocas gigantes esculpidas por el viento y la camanchaca y algunos vestigios del tiempo en que los changos dominaban estas costas, hoy reemplazados por huireros, que incluso tienen sus establos de burros entre las quebradas para transportar su producción. Cerca de las 13 horas, los seis ciclistas llegamos a una playa llamada Tigrillo, un merecido chapuzón en una verdadera piscina natural nos devolvió al alma al cuerpo y la fuerza necesaria para comer unos fideos y seguir la ruta hacia Pampa Blanca, sorteando una cuesta interminable, el sol de la tarde y la escasez de siquiera una brisa.