Una de las principales amenazas de la humanidad o del humanismo son los algoritmos. Nos dominan ya, más, mucho más, de lo que creemos, de lo que pensamos, o de lo que sabemos.
Los macrodatos permean todo, lo que dices, lo que escribes, lo que haces, lo que comes, tus viajes, tus gustos, tus lecturas, lo que ves, quiénes son tus amigos, por cierto, tus orígenes, tu desarrollo, tu crecimiento, dónde vives, con quiénes vives, cuál es tu ruta diaria, el vehículo que tienes, si echaste combustible a tu vehículo, cómo cancelaste, la trazabilidad del producto que adquiriste por vía electrónica, qué estudias, lo que lees, cuál fue la última película que viste, y… ya casi saben cuál es la que vas a ver a continuación,… netflix, facebook, google, amazon, youtube, spotify, twitter, y quizás cuántos más lo saben.
Ellos saben mucho de nosotros, saben más que lo que nosotros querríamos evidenciar de modo natural, espontáneo o libremente. Cualquier acción, la más sencilla de nuestro cotidiano vivir es dato, es un abono, es retroalimentación a una gran y misteriosa base de datos. Y sin quererlo nosotros, los próximos pasos ya han quedado delineados, trazados.
Si dices sí, esa sencilla afirmación, corre por venas y vericuetos que ni siquiera imaginamos; si dices no, es la misma cuestión, igual sucede con tu silencio. No solo se entera un eventual receptor, lector cuya identidad sí conocemos, es Marcelo o Marcela. Ahora se da el caso que no solo Marcelo o Marcela conoce la respuesta, son muchos, muchos más quienes saben.
Ojo, no es delirio, no es asomo de persecución, es la realidad, la de poco más de treinta años, asumo. La tecnología, los aparatos electrónicos facilitan nuestras comunicaciones, prestan mucha ayuda en los estudios, proporcionan información al instante, ayudan de manera increíble en muchos procesos, proveen entretención a todos, ya no importa donde estés. Si buscas un dato, los apoyos tecnológicos intencionan o proyectan acertadamente esa búsqueda. Los datos del pasado, los datos del presente, según fórmulas secretas, y no tan secretas, nos adelantan el camino, el devenir.
La tecnología ha alcanzado tal desarrollo que se ha apartado de la persona. Los algoritmos sí pueden ayudar, sí pueden ayudarnos, pero no pueden, no deben asumir nuestra identidad, tampoco consumir nuestra personalidad. El desarrollo de la inteligencia no debe atrapar la conciencia.
Es bueno advertir lo que sucede, es bueno darnos cuenta, y actuar en consecuencia.
Es mejor que sea solo predominio, no dominio.
Raúl Caamaño Matamala
Profesor Universidad Católica de Temuco