Kashmir
Adelanto de libro "La música del cosmos" Por Andrés Gomberoff
UUna fina lluvia cae sobre Headly Grange, imponente casona de piedra de tres pisos construida a fines del siglo XVII en Hampshire, al sur de Inglaterra. Enclavada entre suaves colinas verdes y añosos árboles, los únicos sonidos perceptibles son los del follaje golpeado por el viento y la lluvia, los de algunos pájaros nocturnos, insectos o pequeños roedores correteando entre la hierba. De pronto, sin embargo, esta pastoral escena es interrumpida por el sonido grave de un bombo que pulsa con un ritmo perfecto, cuatro veces cada tres segundos: Bum-bum-bum-bum. Desde la distancia lo escuchamos claramente, junto a un repentino chasquido de ramas que los pequeños animales producen al arrancar hacia las colinas. En el amplio vestíbulo de la entrada de la casona, al lado de una gran chimenea, el baterista John Bonham improvisa en torno a unos riffs de guitarra interpretados por su compañero de banda, Jimmy Page.
Se trata de una reunión íntima, a la que solo han concurrido ellos dos. Es noviembre de 1973, durante el comienzo de las grabaciones de Physical Graffiti, uno de los más célebres trabajos de Led Zeppelin. Bum-bum-bum-bum, sigue «Bonzo», como lo conocen, golpeando salvajemente su instrumento, sintiendo en todo el cuerpo la intensa reverberación que provocan los altos techos y los muros de piedra. Bum-bum-bum-bum: Bonzo mantiene con precisión de relojería esos cuatro pulsos cada tres segundos, como si el tiempo habitara en él. Quizás un percusionista de rock de su talla puede sentir el tiempo transcurrir con la misma claridad con que siente el aire entrar por sus narices. El tiempo es para él algo tangible, y lo dibuja como un pintor una tela. Una tela infinita. Eterna. Lo que dibuja esta noche tranquila y lluviosa en la campiña inglesa junto a su compañero de banda son los primeros bosquejos de una de las canciones más importantes en la historia del rock: «Kashmir».
La claridad con que un buen percusionista percibe y marca el tiempo difiere ostensiblemente de la confusión en la que nos encontramos cuando intentamos analizarlo científicamente. El tiempo es uno de los ingredientes más misteriosos que contiene el universo, pero también es una de las fuentes de ideas más profundas de la aventura intelectual humana. Las preguntas son muchas, y a lo largo de estas páginas discutiremos varias de ellas, pero comencemos con una simple y muy concreta: ¿Cómo podemos medir el tiempo de manera objetiva y precisa?, o, dicho de otro modo: ¿Cómo podemos comparar dos intervalos de tiempo y dictaminar que son iguales, para así poder afirmar que el tempo que mantiene Bonham es regular? Por supuesto, si tenemos confianza plena en al menos un reloj, podemos usar este para sincronizar todos los demás, y con ellos tener la seguridad científica para comparar distintos lapsos. Pero, ¿existe tal reloj fuera de nuestra experiencia subjetiva? ¿Cómo lo podemos encontrar? Alguien podría sugerir, por ejemplo, que todos los relojes del planeta debiesen simplemente sincronizarse con Bonzo y su espectacular bum-bum-bum-bum en «Kashmir». Desafortunadamente, el objetivo de un buen baterista no es ser un reloj de precisión, y, de hecho, las pequeñas imperfecciones temporales son bienvenidas en pos de la expresividad de la música.