Las rarezas del coronavirus, según Joaquín Barañao
Desde niño Joaquín Barañao recopila datos curiosos. Ahora acaba de lanzar el volumen II de la "Historia Freak de Chile" (Planeta). A continuación publicamos un adelanto de este libro.
"Con el tiempo gastado en recolectar datos freak podría ser neurocirujano", bromea Marañao.
Yen eso, lo inimaginable.
Si en noviembre una bola de cristal hubiese augurado que algo aún mayor iba a pausar la hoguera, habría sido difícil postular un evento distinto a una invasión peruana o una visita extraterrestre. O sea, ¿qué podía ser aún mayor?
El 31 de diciembre autoridades chinas informaron de 27 casos de cierta neumonía de origen desconocido. Allá por enero, comenzamos a oír de un nuevo virus respiratorio en Hubei, una provincia China de la que no habíamos oído ni en pelea de perros, pero con más habitantes que la suma de España y Portugal. No le dimos importancia. Ni el SARS en 2002-2004 ni la gripe porcina en 2009 habían trastocado nuestras vidas. Eran dolencias distantes, causa de lutos ajenos.
A medida que febrero avanzaba y la accidentada edición del LXI Festival de Viña quedaba atrás, las noticias que llegaban de Italia y España advertían que esto era diferente. Durante los primeros días de marzo, cuando al sistema de salud de Lombardía se vio forzado a priorizar y dejar a ancianos morir, la advertencia devino en histeria.
A mediados de marzo, el mazazo terminó por asentarse en Chile. No se hablaba de otra cosa que "distanciamiento social" y "aplanar la curva". Las clases se suspendieron en forma indefinida. Quienes pudieron, se aislaron en casa, agradeciendo que esto sobrevino en la era de Internet. Quienes no, viajaban a sus trabajos acompañados de mascarillas y del temor a la muerte (el rey de Tailandia, con mejor suerte, se aisló en un hotel de lujo de los Alpes con sus sirvientes y un harem de 20 concubinas). Hasta octubre pensábamos que nunca viviríamos un toque de queda y vivimos dos generados por causa diferente en cinco meses. Se puso en marcha una operación para importar ventiladores mecánicos que parecía una maniobra de inteligencia, sin revelar fechas ni lugares y almacenando equipos hasta en la casa del embajador chileno en China. Todo con tal de prevenir incautaciones del que repentinamente se volvió el producto más apetecido de la humanidad. El plebiscito constitucional, tras una comprensible renuencia inicial, se postergó para la primavera.
Las comunas más golpeadas fueron puestas bajo cuarentena (así llamada por los barcos que recalaban en Venecia desde puertos apestados que, desde 1377, debían esperar 40 días). Otros países implementaron cuarentenas nacionales, como Argentina. Allí, el 1 de abril el Canal TN informó con el peor error de tipeo posible que "violar la cuarentona será considerado delito".
El mercado captó que la media máquina venía para largo, y en su peor momento las empresas del IPSA valían en pesos reales lo mismo que en 2004, los años en que 31 Minutos la rompía en la tele y el Coto Sierra en la cancha. Por un momento, pareció como si 16 años de transpirada creación de valor fueran pulverizados por un asiático que comió el murciélago equivocado.
Comenzamos a vivir en una realidad alterada. Vimos a un puma disfrutar de la inusual calma nocturna de Providencia. Aprendimos a pedir permiso a Carabineros para comprar zapallos. Migramos a la pantalla socializaciones que creíamos privativas de la copresencialidad, a veces cerveza en mano. Creadores y distribuidores de contenido liberaron material para sobrellevar el confinamiento con entereza. Pornhub inclusive, hasta con orgías de cuarentena.
No todos se adaptaron a la vida puertas adentro. En India, los infractores fueron llevados a carros policiales donde los esperaba un falso enfermo, una mentira destinada a educarlos por la vía del terror.
Al clero no le quedó más que adaptarse. En una misa por videoconferencia, en Italia, el sacerdote activó los filtros humorísticos por error y se presentó ante su feligresía remota con una hilarante sucesión de estrafalarios atuendos virtuales que hasta a los miembros de ABBA les habrían parecido kitsch. En Estados Unidos, sus hermanos en el Señor organizaron confesiones drive-in en Semana Santa, de modo que los contritos ventilaran sus pecados desde sus vehículos. La iglesia ortodoxa no se quedó atrás, y sacerdotes de Tiflis, Georgia, se apostaron en el pick-up de una camioneta para rociar la capital con agua bendita. El antiguo arzobispo metropolitano ortodoxo de Kiev fue al choque y sostuvo que el coronavirus se debió "al matrimonio entre personas del mismo sexo y a otros pecados".
De entre las muchas sandeces que se oyeron esos días, las más perniciosas eran las que provenían de las propias autoridades. El presidente de Bielorrusia tranquilizó a sus ciudadanos afirmando que el virus puede ser combatido con hockey, vodka y banya, la sauna tradicional bielorrusa.
Al cierre de este libro, el 6 de mayo de 2020, la pandemia en Chile estaba bajo razonable control, con cifras diarias de fallecidos en torno a la decena, una distancia abismal con las hecatombes de Europa Occidental. Pero 6 de mayo es apenas inicio de otoño y el bicho este parece ser más estable a bajas temperaturas. ¿Qué nos depara el futuro? Imposible saberlo. Como reza el adagio, es difícil hacer predicciones, en especial acerca del futuro. O, como diría el almirante Merino, esa historia no se ha escribido aún.
Historia Freak de Chile II
Joaquín Barañao
Ed. Planeta
260 páginas
$ 13 mil.
Ebook: $ 7 mil
Por Joaquín Barañao
Mónica Molina