Natalia Berbelagua en los misteriosos callejones del yo
El "Manual de autobiografía" (autoedición) de la escritora radicada en Algarrobo sintetiza algunas instrucciones para empezar a escribir, sueños y cartas encontradas en la calle. Adelanto de "Manual de autobiografía" Por Natalia Berbelagua
Natalia Berbelagua vivió su niñez en una casa ubicada cerca del cementerio, el psiquiátrico y el hipódromo.
Un manual que abre caminos es el de Natalia Berbelagua (1985), escritora de distintos géneros literarios, con títulos destacados como su debut, "Valporno" (2011, traducido al italiano), "Domingo" (2015, reeditado en España) e "Hija Natural" (Emecé, 2019).
En el "Valporno" del principio no todo era cuento. En "Domingo" se leían anotaciones de un solo día de la semana, el último, el del descanso. Ahora, con "Manual de autobiografía" (autoedición) se lee una crónica sobre ella misma buscando su destino en la literatura, renunciando a la universidad, dedicándose a labores que le dieran tiempo para escribir. Es autoedición, la primera en su carrera, después de una trayectoria que fue desde editoriales independientes hasta entrar en las fauces de los grandes animales editoriales.
En su propia experiencia como alumna de talleres se observa la relación que tienen varios escritores con el espacio de formación. Hay una larga tradición chilena de autores que han formado generaciones, como José Donoso o Antonio Skármeta. Natalia comenzó a dictar sus talleres el año 2012. Y en tiempos de pandemia ha seguido realizando clases de manera online.
En "Manual de autobiografía" aparecen preguntas y ejercicios que motivan la escritura. Disparadores para desbloquearse, pistas para indagar la propia vida y convertirla en material literario. También hay espacio para una inesperada sección para revelar hechos sorpresivos de la literatura, historias que le ocurren a Berbelagua mientras escribe o mientras sueña.
En algarrobo
Tras vivir un par de años en el sur, Berbelagua llegó a asentarse a Algarrobo, al "Litoral de los poetas" un poco antes de la pandemia. Allí -dice- ha estado leyendo a Adolfo Couve, autor que vivió y escribió en Cartagena. "Es un ejemplo muy valioso del uso de la prosa poética. Se movía en ciertos lugares que no estaban delimitados".
La autora siente una conexión sentimental con su nuevo lugar de residencia. "Para mi Las Cruces tiene un sentido muy importante, de veraneo, mis mejores recuerdos están acá. A los veintitantos vine mucho a El Tabo".
"Manual de autobiografía" no es una fórmula, advierte la escritora: 'No existe un decálogo. El libro no presenta nada definitivo, presenta preguntas, ejercicios "pelacables" para entrar en la propia historia o en otras cercanas. Nunca fue presentar un manual desde alguien que sabe hacer las cosas en un cien por ciento. Fue acercarme, dar una aproximación. Y en ese no-control de las situaciones, voy trabajando igual".
-¿Por qué decidiste auto-editarte, esta vez?
-Si hay algo que tengo claro en mi forma de vivir y relacionarme con lo literario, es que quiero probarme en todas las aristas que sean posibles. Así como puedo pasar por distintos estados o géneros, el hecho de probar otras instancias que no tengan que ver con la formalidad me resulta cómodo, esa sensación de novedad. En la cadena del libro está todo muy reglamentado, los porcentajes están muy cercados, quería probar estar fuera del circuito comercial.
-"Manual de autobiografía" no es sólo un manual, entonces.
-Es que la vida y el arte no es algo que se pueda meter en fichas, por más que se intente hacer. Delimitar qué es una novela, un poemario o qué es un libro fragmentario… son categorías un poco obsoletas. La narrativa y la poesía es más que eso. La escritura es más que eso. Un autor tiene la posibilidad de pasearse de esos lugares, crear formas nuevas o híbridos más cercanos. Eso es muy valioso. Gana el lector.
Las clases
-¿Por qué haces clases?
-Estudié Castellano, y lo que saqué en claro es que no quería ser profesora. Con el tiempo se dio de forma natural, me preguntaban cómo me hice escritora. Los talleres son un espacio de experimentación para mí. Yo no entrego conocimientos delimitados cuando trabajo con las personas, que son de muy distintas edades, de lugares diferentes. Los ejercicios siempre me ponen a prueba a mí, no tienen mucho que ver con lo académico. Estoy en la misma situación de vulnerabilidad que las personas que asisten.
-Expones el sentido terapéutico de escribir ¿Qué saca la escritura de las personas?
-La escritura va mucho más allá de lo que se vislumbra a primera vista. Hay muchas más personas escribiendo que las que conocen en el Ministerio de Cultura, o en las universidades, o en las instituciones en general. La escritura era algo normal en las personas, era muy común escribir un diario de vida. Tiene que ver con ser persona. La literatura tiene que ver con la élite, ciertos cánones. Los escritores traducen una experiencia sublime en un lenguaje adecuado al público. Pero la literatura es para todos. He escuchado historias magníficas de personas que no tienen vínculo con lo literario, y otras que están obsesionadas con lo literario y no tienen nada qué decir. Escribir es un valor fundamental del ser humano. Lo que trato de hacer con este libro es tratar de democratizar lo que sucede en los talleres literarios.
-Hay toda una tradición de talleres literarios en Chile.
-Mis talleres son diferentes a los que hace Pablo Simonetti u otra gente, que están más cercana a formar escritores. Yo no quiero formar escritores, quiero formar personas que sientan capacidad de escribir.
-Una de las lecciones fundamentales de tu libro es el descubrimiento del propio mito. ¿Cuánto te demoraste en encontrar el tuyo?
-Me demoré hartos años. Partió desde la sensación de que no era tan parte de la familia. Y va pasando el tiempo y tu forma de vida o de hacer las cosas no es como te enseñan y ahí comienza el individuo. Mi voz tenía que construirla, no venía dada. Tenía que buscar palabras propias, qué es lo que quería decir, cómo lo quería decir.
-A ti, ¿qué te ha pasado escribiendo?
-Cosas rarísimas. He soñado con finales de cuento. Y una vez me encontré con una carta en la calle. Una carta de treinta años atrás que terminé entregándoselas a los descendientes. Es raro, pero maravilloso. La literatura debiera salir del espacio cerrado en el que todo es creado con lo mental, con lo que uno es capaz de hacer con el intelecto. Hay muchas cosas que escapan de eso. Es un gesto de humildad también, decir no soy tan seco para inventar todo.
-¿Cómo has llevado la pandemia? Desde antes hacías talleres online.
-Era la única que hacía talleres online, dos años antes de la pandemia. Para mí está bien, incluso cuando vivía en Valparaíso he pasado períodos de tres semanas o un mes encerrada, viviendo con lo que tenía en la casa. Llegué a vivir Algarrobo en marzo, antes de la alerta sanitaria y me he sentido en paz. Amo profundamente el litoral, estar cerca de Las Cruces, que me encanta y está desolado. No veo a nadie pasar en las calles. Es una especie de tranquilidad en el sentido espiritual y de desolación en términos generales en relación a las personas. Para mí no ha sido muy distinto.
-¿En qué sentido?
-Me muevo entre la locura, el vértigo social y el alejamiento máximo, oscilo entre esos lugares. Hay ratos que me siento ahogada, encerrada, que me dan ganas de tomar un café, de ir a la playa o juntarme presencialmente con los alumnos. Pero, por otro lado, disfruto cómo las cortinas se mueven con el viento de la ventana, cómo el sol entra a ciertas horas, cómo impacta en ciertos objetos, cómo los picaflores vuelan al árbol del patio. Siempre hay lugares donde me puedo recoger.
Natalia Berbelagua dice que en Algarrobo disfruta incluso ver cómo las cortinas se mueven con el viento.
Manual de autobiografía
Autoedición
126 páginas
$10 mil en natalia.berbelagua@gmail.com
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Unos meses después de que el libro ("La Bella Muerte") viera la luz, un amigo muy querido me hizo una llamada misteriosa. Me dijo que había encontrado en la basura una carpeta amarilla, que tenía una serie de cartas de los años ochenta, que no podía leer porque no entendía la letra, pero que pensaba que yo sí podía. Como una autómata, sin reflexionar demasiado, me tomé un bus hasta Santiago para ver las cartas con mis propios ojos. Cuando estuve escribiendo el libro, uno de mis principales referentes literarios había sido María Luisa Bombal. Y por lo tanto, tuve una gran sorpresa, cuando abrí el primer sobre, y me di cuenta, que había sido escrito por una mujer ligada al mundo de las letras, que narraba con lujo de detalles el funeral de María Luisa. Si para mi amigo las cartas eran ilegibles, para mí eran como si las hubiese escrito yo misma. Tras algunas averiguaciones a las que me aboqué sin pensar, solo por la excitación de todo el entramado de coincidencias, llegué a saber que la mujer que había escrito esas cartas había publicado algunos libros pero con escaso éxito, que además ya era anciana pero estaba viva, y que su paradero era inubicable.
La dirección que tenía de remitente ya no coincidía con su vivienda, algunas escritoras y escritores a los que pregunté por ella, me dieron escasos datos sobre su aparición en el circuito treinta años antes, pero todos concordaban en que se había esfumado. Sobre su hermano, que era uno de los interlocutores de las cartas tampoco pude averiguar mucho más, salvo que estaba fallecido.
Esas cartas me acompañaron durante años, y la realidad es que estuve a punto de deshacerme de ellas. Era frustrante que hubiesen hecho ese viaje de treinta años para ser lanzadas a la basura y que un amigo las encontrara y me las diera. Pero no había mucho más que hacer. Afortunadamente, mi pequeño diógenes de antigüedades me hizo conservarlas hasta el 2016, cuando conocí a "F"; una escritora con la que nos hicimos grandes amigas por tener en común una extrañeza más o menos domesticada. Resultó, que el apellido de la mujer de las cartas y el de "F" era el mismo. Le pregunté si la conocía o tenía algo que ver con ella y me dijo que no, pero que le preguntaría a su padre, que es experto en la genealogía familiar. Así nos enteramos que se trataba de cartas escritas por su tía abuela, y que el hombre con el que se carteaba era nada menos que el abuelo de "F". Las cartas por fin, llegaron de regreso a su origen después de ese largo viaje. Fue increíble para todos los que nos vimos involucrados en él.
Un tiempo después, tras realizar un taller de autobiografía en Valparaíso, me alojé en casa de una de mis alumnas. Para mi sorpresa, sobre el velador, me encontré con un libro escrito por la mujer de las cartas, que a todo esto, se llamaba Isabel. Mi alumna, lo había encontrado entre unos libros de su padre ya anciano, y le había llamado la atención. Sin premeditarlo, y sin saber nada de esta historia, lo había olvidado sobre el velador al lado de la cama que ocupé esa noche.
Por Cristóbal Gaete
"La escritura era algo normal en las personas, era muy común escribir un diario de vida. Tiene que ver con ser persona. La literatura tiene que ver con la élite, ciertos cánones".
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"Hay ratos que me siento ahogada, encerrada, que me dan ganas de tomar un café, de ir a la playa o juntarme presencialmente con los alumnos. Pero, por otro lado, disfruto cómo las cortinas se mueven".
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