Lucía Berlin vuelve al hogar
Una vida completa, escrita como confesión. Eso es "Bienvenida a casa", (Alfaguara) la autobiografía de una escritora fuera de serie y "redescubierta" en los últimos años.
"Manual para mujeres de la limpieza", un brillante volumen de cuentos, convirtió a la norteamericana Lucia Berlin (1936-2004) en una leyenda e impulsó el redescubrimiento de su obra y su vida.
En "Bienvenida a casa" se lee esa vida -la suya- que pasa de la opulencia más refinada al fango absoluto. Todo es aplauso. Y vértigo. Y caída.
La niña Lucía pasa su infancia en Alaska, Idaho, Kentucky, Montana, Texas y Arizona.
"Mi cuna estaba en el dormitorio, que era muy oscuro o muy luminoso a todas horas, decía mi madre, sin entretenerse a explicar cómo se alargaban o acortaban los días según las estaciones. La primera palabra que dije fue luz", consigna en las primeras páginas de este volumen.
Las ramas de un pino rozaban el vidrio de una ventana donde asomaba su nariz y oía el juego de póker de sus padres. Era un campamento minero.
"Por las noches a veces mis padres jugaban pinacle con los vecinos. Las risas y el humo subían flotando las escaleras hasta mi cuarto. Exclamaciones en finlandés y sueco. Adorables, la cascada de fichas de póquer y las maracas de cubitos de hielo. La particular manera de repartir de mi madre. Susurros rápidos mientras barajaba, y un seco plas, plas, plas mientras ponía las cartas sobre la mesa".
Su familia debe seguir al padre ingeniero en minas y se traslada a Kentucky. Allí se le cruzan hombres y mujeres negras y mariposas sureñas. En Montana, hacia donde vuelven a mudarse, vive en una cabaña de troncos y duerme en el sofá cerca de una radio. En la biblioteca aprende a leer y visitan a un buscador de oro al que le empapelan con páginas de revistas su habitación. "A lo largo de los oscuros días del invierno, Johnson leería las paredes. Era importante mezclar las páginas y las revistas, de manera que la página veinte quedase en la parte superior de la pared que daba al norte, y la veintiuno en la parte de debajo de la pared que daba al sur", anota y lo recuerda como su primera lección de literatura.
Cuando tenía cinco años llega su hermana Molly que no le parece interesante, pero a la que le gustan las canciones que le canta. Su primer amigo es Kentshereve, un niño pobre con quien empieza a ir a la escuela. "Era el más listo de la escuela. Sabía toda clase de cosas, como por ejemplo que si partes un bulbo de tulipán, dentro hay un tulipán en miniatura".
Cuando el padre se enlista en la guerra, viajan a El Paso, Texas, a quedarse en casa de sus abuelos maternos donde no lo pasó bien, lidiando con el alcoholismo de su madre y su abuelo. "De noche me daba miedo cruzar el pasillo a oscuras hasta el cuarto de baño, miedo de los fantasmas invisibles y del abuelo y de mi madre, que a veces aparecían de sopetón por las puertas de sus cuartos como cucos desquiciados".
Cuando el padre vuelve de la guerra, se van todos a Arizona donde consiguen algo parecido a un hogar. Lucía ya tiene 11 años y recuerda con felicidad esos días. "¿Es posible que todos fuésemos felices cada día que vivimos allí? Los cuatro lo recordábamos así, en especial mi madre. Allí no bebía, llevaba ropa bonita. Preparaba recetas sacadas de The Joy of Cooking, incluso el pastel del diablo", anotó Lucía.
Chile, universidad, hijos
Entrando a la adolescencia, en 1949, la familia llega a la casa de calle Hernando de Aguirre en Santiago de Chile, donde se rodea de amigas del Santiago College, que se juntan con chicos del Grange. Lucía toma las riendas de la casa porque su madre batalla con la bebida y asume una intensa vida social con esquí en Portillo, veraneos en Algarrobo, bailes, pololeos y almuerzos en el Hotel Carrera o el Crillón.
"Cuando Molly y yo nos despertábamos por la mañana, llamábamos para que nos trajeran el desayuno. Un timbrazo era para el café con leche, dos para el cacao, con fruta y tostadas. Por la noche, Rosa ponía ladrillos calientes bajo las sábanas, al pie de cada cama, y dejaba nuestros uniformes para el día siguiente", escribe con un dejo de nostalgia, y apunta que "fueron muchos años antes de la revolución; la opulencia y la holgura envolvían nuestro mundo".
Aprende español gracias a clases exigentes de todas las materias, incluyendo dos años enteros de lectura de El Quijote.
A los 17 años parte a estudiar periodismo en la Universidad de Nuevo México donde conoce a su primer amor: el mexicano-estadounidense Lou Suárez, un cronista deportivo de 30 años. Al enterarse de la relación, los padres la mandan a buscar desde Albuquerque.
Meses más tarde se casó con el escultor Paul Suttman, con quien tuvo dos hijos: Mark y Jeff. "Me vestía como me pedía que vistiera: siempre de negro o blanco. Llevaba el pelo largo teñido de negro, cada mañana me lo planchaba bien liso. Me maquillaba mucho los ojos pero no usaba pintalabios. Paul me hacía dormir tumbada boca abajo en la almohada, confiando en corregir mi 'principal defecto', una nariz respingona. Luego estaba mi gran defecto, por supuesto, la escoliosis. La primera vez que me vio la espalda desnuda, dijo: 'Dios mío, eres asimétrica', recuerda con ese humor maligno de siempre.
Al quedar embarazada de su segundo hijo, Sutton la abandona. Sigue viviendo en Nuevo México, en una vieja casa de adobe. Conoce al músico Race Newton, que le promete ocuparse de ella y sus hijos. Arman un grupo de amigos bohemios, algunos poetas y músicos, entre los que están Buddy Berlin y su saxofón.
Un nuevo traslado los lleva a Santa Fe, a una casita rodeada de "salvia y tamarisco lila", pero se mudan a Nueva York luego que Lucia tiene una aventura fugaz con Buddy. En el Village vende coloridos ponchos para niños y vive sobre un local que ahuma jamón. Tienen vista al río Hudson y ocupan la azotea como jardín y tendero en un tiempo feliz.
BUDDY Y LA HEROíNA
Buddy Berlin lleva a Lucía y a los niños hacia Acapulco, al hotel Mirador donde se cuela el olor del jengibre y los nardos. "Por la mañana, bajábamos en funicular a una piscina de azulejos turquesas que había entre las rocas junto al océano. Las olas rompían en las rocas, rocíandonos. Me tumbaba boca abajo en el cemento caliente, con los ojos a la altura de la piscina, viendo como Buddy enseñaba a los niños a nadar". Bailaores de flamenco, trapecistas y los buzos de La Quebrada son sus amigos. Alterna con fiestas con la alta sociedad de Acapulco y estrellas de cine. Entre medio aparece la adicción a la heroína de Buddy que siempre le promete que la va a dejar. Ella piensa que el amor los protejerá y oficia como enfermera en los períodos cuando la negra deprivación lo azota.
En 1962 nació su hijo David y se van a Puerto Vallarta donde tienen una casa con techo de palma y piso de arena que llamaban La Barca de la Ilusión. Pero la heroína los persigue, aunque huyan en la destartalada furgoneta VW, camino a Guatemala, manejando por el lodo mientras los hijos van enfermos de dengue y Buddy -poseído por la droga- es una piltrafa.
La escritora Lucia Berlin pasó una temporada llena de glamour en Chile.
Por Amelia Carvallo A.