El juego en la infancia
ESTUDIO. Los niños menores de siete años que utilizan aparatos audiovisuales más de dos horas a la semana corren el riesgo de presentar problemas de conducta y menores habilidades sociales.
Una investigación realizada en 2015 por el Centro de Investigación Infantil Helleum de la Universidad de Ciencias Aplicadas Alice Salomon de Berlín, Alemania, reveló que los niños y las niñas deberían jugar al menos unas 15 mil horas durante sus primeros siete años de vida. Es decir, un promedio de 5,8 horas diarias, en especial a partir de los dos años.
En Chile, las mediciones locales advierten de un importante déficit en esta materia, ya que el número de horas que los niños de ese mismo rango etario destinan al juego es de casi la mitad: 8.760. En otras palabras, nuestro país exhibe una brecha estimada en 6 mil horas totales -2,4 horas por día- de prácticas lúdicas en la infancia.
Pero el tema no llega hasta ahí, ya que diversos trabajos complementarios plantean que lo ideal es que estos últimos dediquen la mayor parte de ese tiempo a realizar actividades al aire libre, interactuar con hermanos o amigos y a hacer cualquier cosa que a ellos les guste y los entretenga de manera espontánea, excepto ver televisión o utilizar aparatos electrónicos provistos de pantallas.
Manifestación natural
Aunque algunos especialistas aseguran que jugar con el celular, ver series animadas o entretenerse con videojuegos contribuye a mejorar la motricidad y el rendimiento a nivel escolar, otros no están de acuerdo con esa premisa.
De hecho, un estudio español publicado por la revista científica Annals of Neurology desaconseja que los menores de 11 años dediquen más del 4% del total de sus horas de esparcimiento (equivalentes a dos por semana, como máximo) a ese tipo de acciones, ya que de lo contrario corren el riesgo de presentar futuros problemas de conducta, conflictos con compañeros y menores habilidades sociales, entre otros trastornos.
Para la educadora de párvulos Carola Cacciuttolo Juárez, doctora en Ciencias de la Educación y docente de la Escuela de Educación Parvularia de la Universidad de Valparaíso, lo anterior no implica que las pantallas, y los equipos audiovisuales sean buenos o malos en sí, sino, más bien, da cuenta de lo necesario e importante que es saber controlar la cantidad de tiempo que un niño pasa frente a la televisión o interactúa con un teléfono inteligente, un computador o aplicaciones virtuales.
"Hay que entender que el juego es una manifestación natural del ser humano que tiene pulsión propia. Nace y se desarrolla de forma natural, libre y espontánea y, por tanto, no existe un juego ideal. Es el niño o la niña el que le da esa connotación a lo que hace. Por tanto, somos los adultos quienes debemos brindarles a ellos las condiciones, los tiempos y espacios adecuados para que la actividad lúdica la realicen como tal. Lo que sucede es que, dadas las características del mundo moderno, donde todo es más acelerado, las pantallas tienden a reemplazar en ese rol a los padres, quienes aprovechan las nuevas tecnologías para distraer a sus hijos, mientras ellos descansan o trabajan", argumenta la académica de la UV.
Realidad trastocada
Esta realidad es más que evidente en Chile, ya que según el estudio "Niños y niñas frente a la pantalla: guía de actividades para un uso saludable" -elaborado en conjunto por profesionales del programa Chile Crece Contigo y del Consejo Nacional de Televisión- el 12% de los niños menores de 7 años tiene un celular propio con conexión a internet, el 20% de los mismos posee una tablet, el 2% un notebook, el 5% un televisor con acceso a programación de cable y el 1% a una consola o computador fijo con videojuegos, los que suelen utilizar casi sin restricción.
Como consecuencia directa de lo anterior, y según confesión de los propios padres encuestados en ese sondeo, una cantidad cada vez mayor de niños de esa edad en Chile pasan entre dos a tres horas al día frente a una pantalla (siete veces más tiempo del recomendable).
"La utilización excesiva de pantallas trastoca la esencia del juego, que por definición es una actividad libre, no rígida ni restringida a un espacio puntual, ya que tiene el significado, sentido, duración y dimensiones que cada niño o niña le otorga. Asimismo, jugar también implica moverse, contactarse con otros y descubrir el entorno, tanto el inmediato como el mundo externo, lo que les permite activar la exploración sensorial. Eso no se favorece si el niño permanece sentado -ensimismado- frente a un aparato audiovisual", enfatiza Carola Cacciuttolo.
Dimensiones sin tiempo
Desde una mirada socioafectiva, el acto de jugar debe ser comprendido -además- como la capacidad de gozar "el aquí" y "el ahora" de la experiencia de interacción positiva con los demás.
Bajo esa perspectiva, la docente de la Escuela de Educación Parvularia de la Universidad de Valparaíso explica que la importancia de toda práctica lúdica, muy especialmente en la infancia temprana, radica en que se trata de una actividad natural en la que convergen tres ejes o dimensiones fundamentales del ser humano: el desarrollo de la identidad (encuentro con uno mismo), el desarrollo de las relaciones sociales (encuentro con otros) y del desarrollo de la creatividad (encuentro con el mundo).
Por consiguiente, la educadora afirma que ni siquiera es pertinente hablar de un tiempo reservado en forma estricta para el juego infantil.
"Los niños y niñas en verdad juegan todo el día. Somos los adultos, la sociedad, quienes limitamos ese tiempo, sus espacios e instancias de creación y de entretención. Por ejemplo, en el sistema educativo se restringen las horas de juegos para reemplazarlas por otras actividades calificadas de 'más importantes', pero esta definición obedece a una mirada adultocéntrica. En mi opinión, los niños debiesen ir a la escuela a jugar", sentencia la profesora Cacciuttolo.