En resumen
-¿Qué encontró hurgando en el vida de Vicentico?
-Me encontré ante todo con un artista que trabaja en total libertad, que en toda su carrera (dentro y fuera de los Cadillacs) ha seguido únicamente su instinto, sus ganas y su pasión. Un músico que, aún trabajando dentro del mainstream y en una discográfica multinacional, define sus propias reglas. Un tipo honesto, que se guía por aquello que le dicta la mente y el corazón antes que por el cálculo de marketing. Y, por fuera de su carrera musical, un gran actor, que debería ser convocado otra vez al cine.
-¿Qué tiene él que se mantiene vigente año tras año?
-Es, sobre todo, un gran hacedor de canciones, que puede revisitar tópicos, si se quiere trillados dentro de la música popular, y siempre darles su impronta. Manejarse por fuera de los prejuicios que aquejan a la escena rock le permite conectar con un público muy amplio: en un show de Vicentico uno ve niños de 10 años y señoras de 60, y a todos les "dice" algo. Se maneja con soltura en los ritmos centroamericanos y en la canción rock, y cuando hace versiones de artistas supuestamente "ajenos" como Xuxa, ABBA o Roberto Carlos, se entrega a ellas con pasión.
-¿Cómo sus canciones influyen políticamente en Sudamérica?
-Vicentico no es un tipo que se proponga deliberadamente tener un discurso político, pero en sus canciones está presente la sensibilidad de un artista que no es ajeno a lo que lo rodea. Canciones como "Se despierta la ciudad", "Las armas" o su versión de "Tiburón" (Rubén Blades) hablan de temas presentes las sociedades de América. Eso lo hace un hombre que atraviesa fronteras. Sin olvidar tantos himnos de los Cadillacs que, a pesar de haber sido compuestos por su amigo Flavio, cobran un impacto trascendente a través de su voz.
Eduardo fabregat se sumergió en la historia de vicentico más allá de los cadillacs.
3 preguntas
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"Vicentico" (Ediciones B) acaba de lanzarse en Chile y es la historia más allá de la música de Gabriel Fernández Capello, el nombre real del líder de Los Fabulosos Cadillacs. Es el primer libro de Eduardo Fabregat, editor en "Página/12" y uno de los periodistas especializados más importantes de Argentina.
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