El Mandatario destacó sus avances y llamó la atención sobre defender el legado del sector, algo que comunicacionalmente tuvo serias deficiencias.
La impericia política opacó los logros de un gobierno que autogeneró enormes expectativas, que falló en cuestiones básicas y no leyó bien al Chile de hoy.
El Presidente Sebastián Piñera realizó esta semana su última cuenta pública ante el país, destacando los logros y dificultades enfrentadas durante estos cuatro años. Debe decirse que la tarea no fue sencilla, considerando el terremoto que afectó a la zona centro sur, apenas dos semanas antes de asumir; las turbulencias económicas internacionales; los problemas arrastrados durante décadas y las altas expectativas que presentó la propia administración. El Mandatario recordó aquellos aspectos y apuntó otros más específicos como las críticas previas en torno al escepticismo que generaba el primer gobierno democrático de a centroderecha desde Jorge Alessandri. Puntos a favor en tal sentido fueron el irrestricto apoyo y avance en materia de derechos humanos o la mantención de las políticas sociales logradas durante los primeros años de la Concertación.
Quizás más llamativo es el millón de empleos y los 260 mil nuevos emprendedores creados durante los recientes cuatro años, traducidos en una notoria baja del desempleo y mejor crecimiento económico. Desde ese punto de vista los resultados son sobresalientes y sería necio no reconocerlo y alabarlos.
Los avances son reales, ciertamente ayudados por un notable precio de los commodities, especialmente el cobre, pero igual hubo una administración prudente en esta área, dirigida por un notable ministro como lo es Felipe Larraín. Pero Piñera volvió a reconocer errores y aunque no entró en ellos, es probable que todos se tradujeran en la contundente victoria de Michelle Bachelet y la Nueva Mayoría en las pasadas elecciones. Al respecto varios analistas han insistido que la figura de Piñera no es querida y poco hay que hacer al respecto. A ello sumamos las antipatías que genera el sector y la total intolerancia que generaba un gobierno de ese sector político.
Es posible que los traumas de la dictadura deriven en que parte importante de la población no acepte a la derecha como gobierno y eso también jugó en contra de Piñera.
Con todo, la administración que termina la próxima semana cierra su procesos con más luces que sombras. Es de esperar que Bachelet mantenga lo bueno y corrija las deficiencias conocidas.